domingo, 6 de septiembre de 2009

CUADERNOS DE VIAJES














































































Los viajes siempre resultan una manera de abstrerse del día a día, de salir del agujero en el que estamos encerrados en nuestra vida cotidiana, y de alejarnos de todo eso para acercarnos un poco más a nosotros mismos.
Son una buena ocasión para llevar algún cuaderno, y dibujar, escribir, o hacer lo que a uno le de la gana.
Los cuadernos de viaje, sobre todo los que hacen los demás, siempre me han encantado.
Hay gente que escribe o cuenta en ellos cosas muy personales. Conozco gente que nunca me ha dejado ver los suyos, lo que me hace hervir de curiosidad preguntándome qué habrá en ellos, qué pensamientos, deseos, odios o pasiones ocultas han surgido en esa persona, en ese viaje, y han quedado, de algún modo, impresos en el papel.
Envidio a la gente que, en uno de esos cuadernos, es capaz de alternar dibujos con textos, ideas, elucubraciones, referencias de sitios en los que ha estado, y demás. Especialmente esto es una habilidad propia de las mujeres. Como todo el mundo sabe, los hombres sólo somos capaces de hacer una cosa al mismo tiempo, y en mi caso esto es exageradamente cierto.
Si comienzo un cuaderno con dibujos a toda página, soy incapaz de intercalarlo con otro tipo de cosas y lo llenaré todo de dibujos a toda página...si lo empiezo con bocetos de historietas, de comics, el cuaderno se agotará siguiendo el mismo formato, lo mismo que si es un cuaderno en el que apunto ideas escritas.
No soy capaz de hacerlo de otra forma. A mi me encantan los cuadernos que hacen mis colegas y amigas María Meijide y Susana Terrón, por ejemplo (esta última es de las que casi nunca me los deja ver), pero yo no soy capaz de hacer eso. Supongo que tampoco lo intento, porque un cuaderno de estos es un medio, no un fín en sí mismo, y que uno ha de hacer las cosas tal y como le salen, sino se convertíría en algo impostado, forzado.
Los cuadernos de viaje siempre han sido algo que los artistas (o cualquier persona) han hecho para sí mismos y nadie más, aunque es curioso como se han convertido en una especie de subgénero artístico en los últimos tiempos, muy apreciado.
En Santiago, hace poco, hasta ha habido un curso de "cuadernos de viaje" en el CGAC, que por cierto, ha impartido María (no podía ser otra).
Para esto de dibujar, de ponerse a hacer algo sobre el papel, a mí me hacen falta ciertas condiciones: que el medio en el que viajo no sea muy rápido, (porque sino en el trayecto no me da tiempo a hacer nada), que pase un cierto tiempo en los lugares de destino (por lo mismo y porque sino eres un espectador muy fugaz), y que no tenga que conducir yo demasiado (porque entonces mi cabeza no está libre del todo para dejarla ir por ahí).
En el viaje que he hecho este verano no todo esto se ha cumplido en todo momento. Salí el 22 de julio hacia Santander en coche, allí cogí el ferry a Plymouth, donde estaba Teresa desde principios de mes. El viaje en barco estuvo bien para empezar a mover la mano...duró unas 20 horas y no conducía yo. Para mí el barco es el transporte ideal. No me mareo, hay muchas cosas que hacer, es muy descansado y no paso el miedo que paso en los aviones.
Nada más subir me di cuenta de que en ese barco, el PONT AVEN, nadie hablaba español. Y mi inglés se terminó en COU. Así que me dediqué a dar vueltas por el barco observando a los viajeros, la mayoría ingleses, que aprovechaban cualquier momento de sol (pocos) para correr a las cubiertas a echarse aceite y freirse.
Un camarero mejicano con el que entablé una conversación (parte del personal si era hispanohablante, menos mal) me avisó de que en una de las cubiertas había una degustación gratuíta de whisky escocés.
Fuí allí y degusté todo lo que pude. La intención, claro, era vendernos las botellas. Advertí que los ingleses tienen por costumbre ¡comprar! en esas demostraciones, degustaciones y demás eventos gratuítos en los que los españoles nos limitamos estrictamente a cumplir con lo que viene precedido de la palabra GRATIS.
Yo degusté bastante y no compré nada, lo que pareció no hacer gracia a la azafata, pero e mí, a esas alturas, poco me importaba su opinión.
Con el chispazo puesto y el meneo del barco, cruzando un leve temporal de verano, ya cayendo la noche, era la ocasión para sacar mi cuadernillo, el pequeño, el que aparece en las fotos con bocetos para comics.
Uso mucho ese tipo de cuadernos, de formato A6, verticales, de hojas en blanco, para bocetar lo que luego serán comics. De ahí han salido HISTORIAS DE MARIANO, MENSAJES, FARWEST, etc, etc. Casi todo lo que he hecho ha surgido en uno de estos bloqs al lado del mar, o bien en la isla de Ons, o en Rianxo, o como ahora, subido a un ferry.
Hice estos bocetos, y diseñé el proyecto para un nuevo libro, en un entorno surrealista. En el Pub del barco, un entertainer cantaba las canciones de Elvis vestido como él. Yo tomaba una piña colada, porque me hizo gracia pedir eso en un barco, aunque lo cierto es que sabía fatal y me clavaron bastante por el capricho, pero gracias a su mal sabor, sólo bebí una y no me pasé de rosca...ya con la degustación previa, una acumulación excesiva de alcohol me hubiera impedido seguir dibujando.
Cuando los alaridos del Elvis empezaron a molestarme (no pasó mucho tiempo porque ese hombre cantaba peor que yo), y espoleado además por el título de su canción, it,s now or never, me fuí a la zona de la piscina, que estaba vacía, y que era muy relajante. Por el temporal el agua iba de un lado a otro haciendo un ruido de oleaje, que unido a la luz tenue y al puntillo que tenía me hizo pasar unas horas en las que me surgieron un montón de ideas para historietas que volaron hacia el cuaderno, casi todas con relación al mar.
A eso de las tres (no recuerdo en qué huso horario) me fui a dormir a la zona de sillones, porque no tenía camarote.
La zona de sillones era como un autobús, ocupado casi todo por moteros gordos, con mucho pelo y tatuajes, una especie de ángeles del infierno con cadenas y que parécían sacados de Easy Rider o de Mad Max. Durante unos momentos temí por mi integridad física, hasta que me di cuenta de que esos ángeles del infierno de juja eran en realidad unas nenazas. Te decían sorry si se tropezaban contigo, traían almohadas cervicales para dormir, y esterillas, y no los ví bebiendo alcohol en ningún momento del viaje, ni armar el más mínimo follón. Cuando dormían ni siquiera roncaban. Qué decepción.
En Plymouth me esperaba Teresa.
Estuvimos tres días en esta bonita ciudad (bonita la zona vieja, el resto era horrible) cuna del pirata Drake, que me recordó mucho a las Rías Bajas . Todo el sur de Inglaterra tiene un aire a Galicia, tienen su Finisterre y todo.
El dibujo que hay arriba, el faro, es el de Plymouth, que preside la entrada de la ría, un sitio muy bonito pero barrido por el viento constantemente.
A los tres días salimos hacia el continente: estuvimos en Londres otros dos días, y de allí hacia el paso de Calais donde cogimos el tren que va por debajo del agua hasta Francia.
Aunque el tren también es un buen sitio para dibujar , este tren en particular no es el más indicado. Su aspecto es horroroso, vagones gigantescos, cerrados, para llevar los coches, y el hecho de saber que estás bajo el agua, hacen pasar a los cagaos como yo 40 minutos de sudores fríos en los que no soy capaz de ocupar mi cabeza con nada que no sea ver pasar mi vida a cámara rápida.
Pasado el trance, tiramos hacia Brujas, una preciosa ciudad medieval, donde me compré el libro rojo que aparece en la foto, con intención ya de dibujar-dibujar, no bocetar comics. Para esto, para los comics, necesito más tranqulidad, tiempos muertos muy largos, porque se trata de idear una historia...pero lo que es dibujar se puede hacer en cualquier esquina en cinco minutos, es algo inmediato...hombre, no tanto como una foto, pero casi (yo dibujo muy rápido)...
Estuve muchos días con mi blog rojo bajo el brazo: estuvimos en Amsterdam cinco días, dos en Bruselas, y cuatro más en París, antes de salir hacia Barcelona, donde estuvimos otros cinco.
A la altura de París yo ya había guerdado mi bloc en el maletero, lo de conducir por las ciudades resultó algo agotador, especialmente en Francia, porque los gabachos conducen fatal. Harán unos pasteles muy ricos, pero lo que es conducir, horrible.
Es curioso pero quizá el lugar donde más tranquilo y con menos sensación de peligro he conducido haya sido en Inglaterra, donde a pesar de ser todo diferente (rotondas, sentidos de la circulación, velocidades y unidades métricas) hay un sentido del orden y un civismo que no existe en el sur de Europa (pero bueno, esto a los ingleses se les pasa cuando beben). Pero por lo que se ve, allí los borrachos no conducen tan fácilmente como aquí.
En fín, he aquí mis cuadernos de viaje de este verano.
El dibujo que aparece arriba ilustra la espera en la cola del ferry, en Santander, bajo la lluvia. Allí empezó esta vuelta a Europa que me ha dejado con la agridulce sensación de constatar que cada vez todos los sitios se parecen más o se diferencian menos.