miércoles, 24 de junio de 2009

ÚLTIMOS DIBUJOS 100X70





























Veo que estoy cogiendo el vicio de dibujar en este tamaño, con tinta (o con otra cosa, cuando se me acaba), y tengo que empezar a buscar en algún sitio botes de tinta china en un tamaño algo mayor que el de los tinteros de siempre, que dan para dos o tres dibujos como mucho, y no admiten un pincel ancho por la estrechez de su boca.
Lo último de estos días son estos dibujos, sacados de fotografías la mayoría de ellos, los tres primeros de Corrubedo, Venecia y Lourido (Pontevedra) -encima de las cabezas de ese hombre y su perro estaba la fábrica de Celusosas, a la que he preferido ignorar en el encuadre-.
Y los demás de coches...el primero de ellos, el 124, pintado con betún porque lo hice el día de transición que me encontré sin tinta y eché mano de lo que tenía.
Antes había dibujado otro con tinta roja (el frontal del camión que aparece penúltimo), pero no me gustó el tono rosado de la tinta, o al menos, me dió la sensación de que el dibujo, sin el negro, perdía fuerza (también me da esa sensación con el betún).
Así que, una vez visitada la tienda y ya con tinta en el taller, me puse a hacer los demás que se pueden ver en esta entrada.
A mí los que más me gustan son el Opel Manta en la playa, y el frontal de ese Mercedes saliendo del garaje, un coche como el que tuve hace años (230 D), con el que pasé muchas desventuras, entre ellas un choque frontal en pleno centro de Lugo a las 2 de la madrugada, y a bastante velocidad, la víspera de la Oposición para profesor de Secundaria, que final, y milagrosamente, aprobé.
Fué una noche muy larga, porque los de Atestados nos tuvieron hasta las 5 allí, y aunque finalmente no hubo heridos, (sólo dos coches que parecían un Transformer en manos de Demian), al día siguiente en el examen de dibujo de carbón apenas tenía pulso a causa de la falta de sueño y de los muchos cafés ingeridos para no dormirme encima de mi papel de 100x70 (como estos).
Afortunadamente hubo más días para acabar esta prueba y pude recomponerme en días posteriores.
En el tránsito entre el primer y segundo examen volví a Pontevedra (donde vivía entoces), y allí me tasaron el arreglo en 350.000 pesetas (de hace 10 años).
Le dije al del taller que iba a esperar un mes para ver si lo arreglaba o no (todo dependía de si aprobaba la oposición).
Los días sucesivos iría a Lugo en mi otro coche, porque de aquella tenía dos coches, un Mercedes y un BMW...dicho así puede parecer que nadaba en la ambulancia, pero si digo que entonces los dos coches, comprados de 4ª o 5ª mano, sumaban unos 50 años y un precio total de unas 300.000 pesetas, pues ya se ve que no era precisamente la flota automovilística de Beckam.
Bueno, el caso es que cogí el BMW, y saliendo de donde vivía entonces, en la cuesta de la Caeyra, ya enfilando a Lugo, una señora pilotando un 131 me embistió saltándose un STOP y me destrozó la puerta y una aleta.
No contenta con eso, la señora, que venía de tomar el sol en el Casino de verano que hay en la susudicha cuesta, y vestía una especie de kimono rosa de esos que llevan las señoras en las playas, salió embravecida del coche echándome la culpa diciéndome que "mi coche hacía mucho ruido y que la había asustado". Juro por dios que todo esto es rigurosamente verídico. La señora llegó a amenazarme con un pay pay, con lo que deduje que en el momento del siniestro se estaba abanicando el morrazo que tenía y ni siquiera vió el stop y menos aún a mí.
A pesar de su histeria, hicimos un parte amistoso en el que pusimos el punto y localización del accidente, con lo cual era evidente que la compañía de seguros me daría la razón a mí.
Preso del pánico, porque llegaba tarde a mi segundo examen de oposición, salí hacia Lugo con el coche hecho una hamburguesa, y un frontal que parecía la cara de Fernando Trueba. Vamos, que de encender las luces deslumbraría por igual a coches y helicópteros.
LLegué un poco tarde al examen, pero pude hacerlo, no sin sudores.
Allí comenté mi desventura a mis amigos y colegas de oposición Mario, Laura y Fran que no salían de su asombro ante mi desdicha.
Pasé unos días más en Lugo acabando el larguísimo practicum de la oposición de dibujo (ahora ya no es así, pero de aquella era posiblemente la oposición más dura de secundaria, en la que sólo las pruebas del práctico sumaban unos 20 días).
Una vez acabado el práctico, Mario, Fran, Laura y yo fuimos, ellos con sus coches y yo con lo que quedaba del mío, a comer churrasco y alcoholizarnos sin piedad en Los Paisanos, un sitio que antes había en Lugo y que ya no existe, a modo de despedida, porque estábamos convencidos de que íbamos a suspender, como los años precedentes, e irnos para casa compuestos y sin oposición, e incluso sin coche(s).
Pero hete aquí que aprobamos los cuatro. Presos del estrés, empezamos a estudiar, cosa que no habíamos hecho en meses, o quizá en años, convencidos de que jamás aprobaríamos la oposición.
Como estábamos juntos en un piso (excepto Laura, que es de Lugo), cenamos la víspera del teórico una lata de rinchas en escabeche que encontramos en la casa (la casa de Isa y Fer, de aquella estudiantes y hoy productores de cine, que amablemente nos prestaron).
Resultó estar en mal estado, y eso, unido a nuestros nervios convirtió nuestra última noche previa a la prueba en un infierno, y en un concierto a tres voces.
El día siguiente cayó un tema fácil, el grabado, y todos lo borbamos. Esta vez no hubo despedida, pero fuimos igualmente a los paisanos, a celebrar nuestro casi seguro pase a la gran final.
Y así fué, llegó la famosa encerrona, que según dicen es muy estresante, pero para mí, depués del mes que había pasado, fue como estar en un balneario. Durante la hora que los jueces me dejaron para preparar mi salto al funcionariado, ví flashes de mi arrastrada vida anterior. La cara de todos los jefes que me habían puteado por sueldos míseros, la cara de mi madre despertándome a las 8 todos los días para que fuera a la biblioteca a estudiar, la cara de los agentes de atestados pidiéndome que soplara, la cara de la señora blandiendo amenazante el paypay...y las caras imaginarias de los cientos de alumnos que me quedaban por conocer.
"Esos alumnos merecen un buen profesor de plástica", me dije, y este pensamiento me dió fuerzas para desarrollar mi tema (psicología visual) impecablemente y aprobar.
También ayudó el hecho de que habíamos pasado a la encerrona 30 personas y había 29 plazas, y esa mañana uno de los opositores había abandonado por un ataque de ansiedad.
El caso es que, sin tenerlas todas con nosotros abandonamos la preciosa escuela de artes de Lugo, cada uno en su vehículo, y fuimos a la orilla del Miño a recapacitar.
Ese mismo día salimos por Lugo. Después de acabar con el churrasco y el coñac de los Paisanos, a los que despedimos como si de seres queridos se tratara (ya lo eran), decidimos ir, presos de la euforia etílica, y de madrugada, a la escuela de arte, que estaba en lo alto de un monte, a ver si habían salido las notas. No las teníamos todas con nosotros...si no habíamos aprobado todos, sería un corte de juerga muy grande, pero decidimos arriesgar e ir.
El riesgo estaba, sobre todo, en que fuimos en mi coche, con el haz de luz enfocando a las ramas de los árboles más que al suelo.
Había niebla y no se veía muy bien, lo que confería un aspecto muy surrealista a la escena: cuatro borrachos, en un BMW destartalado, se dirigían en medio de la niebla y de madrugada, a comprobar si iban a convertirse en funcionarios o si continuarían siendo la inmundicia social que eran en ese momento, por otra parte histórico.
Pero el tinte kafkiano no acaba aquí. Yo, que era el conductor, tuve que frenar súbitamente en medio de la espesa niebla, porque en medio de la carretera había un grupo de pandereteiras ensayando. No las había visto hasta que las tuve a un metro y casi se comen los restos de mi coche. Nos dijeron que muchas veces, de madugada, subían a ensayar a ese camino porque no iba nadie por él, y al no vivir nadie cerca, no molestaban, y disfrutaban de la vista de Lugo de noche mientras tocaban.
Seguimos la marcha, tratando en vano de asimilar los acontecimientos acumulados, y llegamos a la escuela.
Un folio con 29 nombre colgaba en la puerta, apenas había luz, era de noche y nada iluminaba la escena. Traté en vano de iluminar el papel con los focos de mi coche, pero ninguno de las dos luces apuntaba al frente, y seguíamos sin poder leer nada.
Nadie tenía fuego, ni nada que iluminase, y no había forma humana de leer nada en medio de la noche.
De repende oímos un motor. Se acercaba un coche en medio de la espesa niebla. Frenó, paró y se abrió su puerta. Bajó un chico alto, atlético, cuya silueta nos era familiar.
-¿Visteis esas tías tocando la pandereta en el camino?-preguntó-
Era nuestro colega Victor, otro exestudiente de la Facultad de Pontevedra. A él sí se le había ocurrido traer un mechero...se acercó, e iluminó el papel.
Después, fueron nuestras cinco caras las que se iluminaron...
No recuerdo mucho más de aquella noche, sólo que desde aquel día soy profesor de la Enseñanza Pública.
Toda esta historia, rigurosamente cierta, viene a cuento porque se cumplen ahora 10 años de aquellos días de vino y rinchas, y porque tanto dibujo de coches destartalados, especialmente de mi 230D, me ha traído a la memoria aquellos dulces días, a pesar del encadenamiento de resacas y accidentes que padecí.
También porque estos días, con motivo de la edición del documental 15000 horas, he estado recapacitando y rememorando todo lo que me ha llevado a este trabajo que me siento muy orgulloso de ejercer.
Después de aquello, ya pude arreglar mi Mercedes...no lo arreglé del todo, sólo cambié las piezas que estaban en estado más ruinoso, pero dejé el radiador accidentado, al que simplemente dieron unas pequeñas soldaduras.
Aquella vetusta, pero leal máquina, aguantó casi otros dos años. Después de un año de prácticas en Ourense, del que podría escribir un libro (otro día), me trasladaron a Touro, donde aún trabajo, en lo que es la relación más larga (aunque sea con un colegio) que he tenido en mi vida.
Allí, el Halcón Milenario, como le llamaban mis amigos, resistió unos meses más.
Episodios épicos vió ese coche antes de expirar...como el día de Carnaval, en el que mi amigo y profesor de francés Ron, y yo, disfrazados de Batman y de la Muerte, respectivamente, nos vimos obligados a cambiar una rueda con el disfraz puesto, o el día en que, acompañado por dos profesoras, tuve que hacer tres paradas en los 30 kilómetros de Santiago Touro para rellenar el agua del radiador (con más agujero que metal) otras tantas veces, en lo que fué el canto del cisne de aquella bestia, que homenajeo en el dibujo de arriba, y en tantos otros...
Sirva este post, pues, para saludar a mis amigos y compañeros de aquellos bonitos días, Mario, Laura, Fran...y también a Ron...y para homenajear a aquellos Mercedes 230D y BMW 323i, que me acompañaron ambos por esos años locos, coches al lado de los cuales los de ahora parecen juguetes mal hechos.
Y para decir a todos los consumidores compulsivos de este mundo, que son muchos, que no se agarren al plan prever ese, y no se compren un coche nuevo...no saben lo ameno que es tener una chatarra por vehículo...cuanto echo de menos aquellos coches.

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